Consolidación

Extracto del libro “El cristianismo evangélico a través de los siglos”, de Samuel Vila:

El apóstol Juan, hermano de Santiago y autor del evangelio y las epístolas que llevan su nombre, vivió primeramente en Jerusalén, con la madre del Salvador, tal como éste le encargó desde la cruz; pero después de haber tenido lugar el martirio de Pedro y Pablo entre los años 64 al 67 (no se conoce la fecha exacta), parece que Juan sintió la necesidad de atender más de cerca la brillante obra que Pablo había dejado en el Asia Menor, pues sabemos por los historiadores que se hallaba en Éfeso en el año 68, donde tuvo entre sus discípulos más distinguidos a Policarpo y Papias.

Durante el reinado de Domiciano el apóstol Juan fue traído preso a Roma y el Apocalipsis nos confirma que fue desterrado a la isla de Patmos. Tertuliano cuenta que antes de ser desterrado fue condenado a muerte y arrojado dentro de una caldera de aceite hirviendo en la puerta latina, un ó de mayo, de la que salió milagrosamente ileso. No sabemos hasta qué punto puede ser cierta esta historia que nos es dada 150 años después del suceso. Algunos comentadores han hecho notar que Jesús anunció sufrimientos especiales a los dos hermanos cuando su madre pidió para ellos una gloria especial. ¿Cuál fue el bautismo de sufrimiento que Juan padeció? ¿Fue real el milagro que cuenta Tertuliano? Es algo que algún día sabremos, pero sobre lo cual hoy no nos atrevemos a afirmar ni negar.

Se cuentan otros incidentes del último sobreviviente de los apóstoles que merecen nuestra consideración. Clemente de Alejandría, que escribió un siglo después de muerto el apóstol nos cuenta los siguiente:

«A su vuelta de Patmos a Efeso, Juan quiso visitar las diversas iglesias de Asia, para ver si se había introducido en ellas algún abuso y para nombrar pastores donde no los hubiera. Hallándose en una ciudad cercana a Efeso (¿seria Esmirna?) y hablando con sus oyentes reparó en un joven de aspecto interesante. Lo presentó al obispo diciéndole: «Delante de Jesucristo y de esta asamblea, os encargo a este joven». Prometió el obispo cuidar de él con la mayor solicitud. Antes de marcharse se lo recomendó de nuevo. El obispo alojó al joven recomendado en su propia casa, le instruyó en la práctica de las virtudes cristianas, después de lo cual le bautizó.

Le respondió el obispo llorando que había muerto. ¿De qué muerte? —le preguntó—. Ha muerto para Dios; se ha hecho ladrón, y en vez de ser de la Iglesia con nosotros vive en el monte con hombres tan malos como él. Al oír el apóstol Juan aquel discurso desgarró sus vestidos y dando un fuerte suspiro exclamó: «¡Oh qué mal cuidante escogí yo para que velara por el alma de mi hermano!» Y pidiendo un guía y un caballo fue a la montaña en busca del criminal. Detenido por la vanguardia de los ladrones, no sólo no huye, sino que pide que le lleven delante del jefe. Este viendo que se acerca toma sus armas, pero reconociendo al apóstol, sobrecogido de confusión y temor huyó precipitadamente. El apóstol olvidando su edad, corre tras él gritándole: «Hijo mío ¿por qué huyes de tu padre? Nada temas de mí, soy anciano y sin armas. ¡Hijo mío, ten piedad de mí! Aún puedes arrepentirte, no desesperes por tu salvación, yo responderé a Jesucristo por ti: Estoy dispuesto a dar mi vida por ti, como Jesucristo la dio por todos los hombres... ¡Detente! ¡Créeme, Jesucristo me envía!» Al oír tales palabras el jefe de los bandidos arrojó las armas y tembloroso se detuvo llorando. Besó al apóstol como a un padre y le pidió perdón ocultando su mano derecha con la que había cometido tantos crímenes. El apóstol cayó de rodillas, le cogió la mano que escondía y se la besó, asegurándole que Dios le perdonaba sus pecados… Lo devolvió a la iglesia y no le abandonó hasta que le hubo reconciliado con ella».

Esta leyenda es muy antigua y no sabemos hasta qué punto merece crédito, pero su antigüedad habla mucho en favor de su veracidad, y no es de ningún modo incompatible con el contenido de las epístolas que tenemos del apóstol san Juan en el Nuevo Testamento.

Papias dice que podía recordar el lugar cerca del mar a donde los jóvenes de la iglesia solían acompañar al anciano apóstol, que llevado en una silla de brazos no cesaba de exhortarles sobre el amor fraternal. Falleció de más de cien años, de muerte natural.

¿Y qué ocurrió con los demás apóstoles? No tenemos documentos bien seguros acerca de sus actividades y su muerte, pero las tradiciones más antiguas nos dicen que se esparcieron por el mundo, cumpliendo el mandato del Señor y que predicaron en diversas naciones.

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Esto es un extracto del libro “El cristianismo evangélico a través de los siglos”, de Samuel Vila... Me llama la atención el proceso de consolidación que lleva a cabo el apóstol Juan.... y surge la pregunta de cómo cuidamos a los que están naciendo a Cristo.

Para todos es sabido que este tiempo es especial, estamos en Avivamiento, y Dios está añadiendo a la iglesia los que han de ser salvos, Aleluya!... 

Tenemos recién nacidos... Bebés espirituales, y como tales necesitan cuidados, atención, dedicación, tiempo,... Necesitan ser guiados, instruidos... y para ello debemos sentirnos con paternidad, sentir que somos los instrumentos que Dios está usando para consolidar la fe de los recién nacidos. Debemos sentir amor por ellos. Si Dios te entregó alguien para que le cuides, no desatiendas tal encargo. Es la más grande comisión que Dios nos entrega... Recuerda que Jesús dijo que vayamos por todo el mundo y hagamos discípulos... Nuestro trabajo no termina con llevarlos a la célula y que se conviertan, Ahí recién comienza la comisión divina.

Roguemos a Dios podamos desarrollar paternidad espiritual, y cuando el Señor nos pida cuentas por el cuidado de los nuevos, podamos decir como el apóstol Juan: Yo respondo por él. Los que somos padres entendemos bien el concepto... Si tu hijo rompe el vidrio de un vecino jugando a la pelota, Tú dices: Yo respondo al vecino por el vidrio... En lo espiritual es más trascendente aun.
 
Que nuestro Señor les bendiga. ARC


 

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